Pygmalion gone wrong o La máquina de ser feliz

Acerca de TRÁFICO de Sergio Blanco

Tráfico es la historia de un hombre, Álex, encarnado magistralmente por Sebastián Serrantes, que vende su cuerpo para sobrevivir y eventualmente se convierte en sicario. El texto surgió de un encargo que Sergio Blanco recibió en Colombia, la consigna era hablar de la violencia en un país que supo tener una de las tasas de asesinatos más altas del planeta.

Sergio hace que parezca fácil tejer una trama perfecta, un personaje creíble, un monólogo que jamás pierde el interés. El trabajo de dirección de Felipe Ipar es tan exquisito como el texto, la actuación y la producción de Sebastián Pintos. Todo está calculado, cronometrado, milimétricamente, pero nunca se pierde la naturalidad.

El cuerpo está en el centro. Todo pasa por el cuerpo de ese personaje, desde el primer orgasmo hasta la primera muerte, todo es víscera, sangre, músculos, tendones, pulsión animal. Ese cuerpo que está siempre al borde de algo, de la muerte, de la salvación, acaso del amor.

La sutileza de la construcción del personaje es conmovedora. Los personajes de Blanco no tienen patria porque les pertenecen a todas. Alex podría ser tanto japonés como ucraniano, o ciudadano de Marte. Su vida es cercana y palpable para todos. Es alguien que alguna vez conocimos, vive a la vuelta de mi casa. Su candidez es conmovedora. Es él quien nos cuenta, es él quien se cuenta. Se cuenta para acercarse a nosotros, necesita que lo comprendan. Es un niño desamparado y un asesino cruel al mismo tiempo. Como en la vida.

Los guiños cómplices y el humor autorreferencial al que las obras de Sergio nos tienen acostumbradas no faltan. Hay lugar para esos encuentros entre un Próspero y un Caliban que a Sergio tanto le gustan, el joven salvaje (aunque este sería un Caliban tan agraciado como Serrantes) y el sabio mayor, el que domina universos incomprensibles para el otro.

Personalmente, a pesar de lo sórdido, de su imposibilidad intrínseca, me conmovió mucho la historia de amor. Me hubiera gustado ver la obra en Colombia, donde estuve hace unas semanas y llegué a atisbar ciertos asuntos luego de sufrir un asalto a mano armada, a través de ciertas conversaciones, de ciertas lecturas.

Colombia no tiene perdón ni tiene redención… es un desastre sin remedio.[1] Algo del espíritu de esta frase que abre el libro de Fernando Vallejo, que me regaló una amiga la noche del robo en Bogotá, está presente en Tráfico. Pero no solo habla de Colombia, habla de todos nosotros.

Las circunstancias de la vida de un taxi boy o un sicario pueden variar de ciudad en ciudad, de país en país, pero la historia de Alex nos habla a todos. Sergio nunca juzga a sus personajes y eso es algo que se agradece demasiado.

Este Adonis de cuerpo esculpido, infancia quebrada (¿cuál no lo es?), superpoderes eróticos y manos con sangre se quedará con los espectadores por mucho tiempo.

Tráfico se mete con varios temas complicados de ver para nuestra sociedad, sobre todo el tema de la prostitución. Agradezco haber leído a Paul Preciado para poder tener una mirada más profunda sobre ella. Y es que las visiones pacatas y moralistas sobre la prostitución no tienen cabida en la obra de Blanco. Agradezco también haber leído a Keats. Truth is beauty. La verdad es belleza. Y en Tráfico hay mucha verdad.

No hay simplismo ni en el lenguaje ni en la trama, ni en el tour de force de Serrantes. Hasta lo más banal se vuelve trascendente bajo la lupa de Blanco y el gran equipo que diseñó esta puesta. Vayan a verla. En un mundo que se prende fuego, donde cada vez parece más difícil acercarse al Otro, es una experiencia necesaria. 


[1] Almas en pena, chapolas negras FERNANDO VALLEJO

2 Beauty is truth. Truth beauty. JOHN KEATS, Ode to a Grecian urn.

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