La esencia del periodismo y la crítica es intentar elaborar opiniones independientes que en el caso del arte pueden ayudar incluso a los propios artistas a comprender sus aciertos y sus errores. En la realidad, y sobre todo en un país tan chico como el nuestro, hay pocas personas que realmente se atreven a decir lo que piensan.
Cuando hablo de música, yo, que no soy experta para nada, siempre trato de hacerlo en clave positiva, destacando lo que me parece valioso, en lugar de criticar lo que me parece claramente descartable, banal, sin interés.
A pesar de esto, el lunes pasado, cuando nos invitó el gran guitarrista Diego García a ver su show junto a EL CIGALA en el Auditorio del Sodre, algunas cosas que tenía dando vueltas en la cabeza hace años cristalizaron, o quizás simplemente este show bastante patético fue la gota que derramo mi vaso en cuanto al aprecio del uruguayo por cualquier cosa que venga de afuera y su desprecio por las maravillas que nacen del propio corazón musical de nuestro país.
Hacía unos días que había visto el show increíble de ABORIGEN BANDA, venía de ver tocar al Lobo Núñez junto a sus hijos y una demoledora banda de candombe fusión en dos ocasiones durante el último mes, y la verdad, el hecho de que esa sala del Sodre estuviera LLENA de gente que había pagado entre 50 y 100 dólares para ver un español cantando pésimamente tangos y que aplaudió de pie uno de los peores shows que he visto en los últimos años, con un Cigala desconectado, enojado con el sonido, con sus músicos, consigo mismo, con un repertorio for export donde ni la música ni las palabras significaron casi nada, salvo en una o dos canciones, todo esto, superpuesto en mi mente con la imagen que remonta a lo sagrado de las manos del Lobo en el tambor, la verdad, me dio algo muy parecido al asco.
Nosotros tenemos al Lobo. Es nuestro. Pero vaya a pedirle a alguna de esas señoras que toman el té en el Oro del Rhin que pague no ya 100 dólares, sino 200 pesos para ir a ver un show de candombe. No estoy hablando de las llamadas del barrio. Hablo de unos tipos que si los escuchaba Mingus o Parker se le volaba la tapa de los sesos. Están pasando cosas musicalmente en este país, grandiosas, maravillosas, como la formación de ABORIGEN BANDA, con esa demolición rítmica que es tener a Martín Muguerza en batería (un tipo capaz de hacer que un cajón sonara como una cuerda completa de tambores) y Sergio Tulbovitz en percusión y toda la inspiración melódica y armónica de cada uno de sus integrantes, con los arreglos originales y perfectos de Pato Olivera. El único problema es que el público o bien le da la espalda a toda esta evolución del candombe, por nombrar sólo lo que es más único entre todo lo que tenemos, o bien no considera que vale la pena gastarse su dinero en este tipo de shows.
Mientras el Cigala cansado luego de cinco shows seguidos en teatros enormes, uno por día, cantaba sin gracia algunos de mis tangos favoritos, yo sólo pensaba “Que vanga Francis con Nico Ibarburu, por favor”. Es muy triste cuando no pasa nada con la música, más aún cuando se trata de canciones perfectas, desperdiciadas así.
Pero no me interesa criticar al Cigala, me interesa criticarnos a nosotros mismos. Si seguimos dejando que los talentos se marchiten, así vamos a seguir. Aparte del desinterés por lo nuestro, siento que hay una enorme desidia, una falta de ganas de descubrir cosas nuevas, a no ser que las haya legitimado el éxito en Buenos Aires, como le pasó al gran Fernando Cabrera, gracias a Dios.
Ahí tenemos a Pablo Damonte o a Nico Sarser, dos tipos que están al nivel de Spinetta o de Cabrera en muchas de sus canciones y que no tocan casi nunca, porque el mercado prefiere cosas como Franny Glass, etcétera.
Dos excepciones a la reinante falta de buen gusto son Eli-u Pena y Juan Pablo Chapital, que, a pesar de ser tremendos músicos, llevan mucha gente en cada uno de sus shows. De más está decir que por supuesto no tocan en el Auditorio del Sodre, y no cobran entradas de más de 200 pesos, por lo general, porque lo de afuera obviamente es lo que vale.
Yo sé que decir “la gente tiene mal gusto” “el público es snob y no le importa más que lo que sale en la tele” la verdad no aporta mucho, pero me rebelo, me rebelo contra la banalidad, el culto a la fealdad, a los cantantes desafinados y las melodías baratas. Yo fui muy fan de KATO y ahora vi un día a Santullo en un escenario al aire libre y la verdad, sufrí, porque no pasaba nada con esa música. Pero Santullo con la marca Bajofondo, eso vende, y ahí tenemos a CONTRA LAS CUERDAS que hace algo realmente original, único y que le da pelea a cualquier banda de Hip Hop del mundo, pero la gente quiere música para escuchar en la sala de espera del dentista, o no sé que es lo que quiere, pero de seguro que no es lo que quiero yo.
Yo quiero música que me sorprenda, yo quiero que el Lobo toque en el teatro Solís y explote. Yo quiero que la gente le abra los oídos a la sabiduría de DAMONTE, que Eli-u toque para miles de personas en un escenario como el que tenía Fito Páez el otro día, y que el mundo se entere que en Uruguay tuvimos al Príncipe, un tipo tan grande como Bob Marley, pero de acá.
Ojalá todavía haya esperanza.
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