Fernando Cabrera, Escultor de Canciones

Por Elbio Rodríguez Barilari (Revista Relaciones)

Tenemos mucha suerte. Como letristas, Fernando Cabrera, Darnauchans, Caetano Veloso y Chico Buarque son mejores que Bob Dylan y están en un pie de igualdad con Leonard Cohen. O sea que, en el caso de Cabrera estamos hablando de uno de los “songwriters” más importantes a caballo de los siglos XX y XXI.Su último CD, intitulado simplemente “432”, constituye una fascinante revisión y al mismo tiempo una nueva cumbre en el arte de este escultor de canciones.

Hay canciones que saltan, surge, fluyen, manan. Y pueden ser excelentes canciones. Hay otras canciones, como las que perlan el impresionante acervo cabreriano, donde la artesanía, el formón, el cincel, la lija y el barniz metafóricos van contribuyendo, complementándose.

Merced a su intensiva formación musical, Cabrera le lleva ventaja a muchos otros autores de canciones. Fernando no solamente ha sido un oyente omnívoro y sofisticado, de aquéllos que sabía educar Rubén Castillo desde su atalaya radial. Fernando se preocupó además de dotarse de una formación musical seria, en lo guitarrístico y tal vez aún más en lo compositivo.

Tempranamente Federico García Vigil, y luego Coriún Aharonián y Graciela Paraskevaídis lo proveyeron de un arsenal conceptual y técnico que muy pocos otros cantautores poseen. Cabrera ha compuesto y estrenado obra para orquesta sinfónica y obras de música de cámara. Técnicamente es un compositor “culto”, o “clásico contemporáneo”, si quieren. Un compositor “clásico”, con todas las armas, con toda la barba, pero que ha elegido la música popular como lenguaje y como ámbito.

La idea de “ámbito” es clave en este caso. Cabrera elige ese ámbito, donde el formato es la canción, no la sinfonía o la sonata, pero trata esas canciones con el rigor y la mano avezada que son propios de los compositores “clásicos”.

Si bien Cabrera no ha tenido una educación formal en literatura, como sí la tuvo Darnauchans, por ejemplo, ha salvado esa distancia con una dedicación casi inigualable a la lectura. He conocido pocos lectores más persistentes e intensos que Cabrera.

Esa devoción literaria, tanto hacia la narrativa como hacia la poesía, y su obsesión de orfebre con la minucia, el mecanismo, la rima (o no rima), la estructura, la imagen y la metáfora, lo han convertido en un poeta “de libro”.

Si se hiciera una antología desprejuiciada de la poesía contemporánea uruguaya, Cabrera estaría sin duda entre los primeros cuatro o cinco candidatos.

Dylan y Leonard Cohen, sobre todo este último, alcanzaron también la estatura de poetas “de libro”. Poeta de libro y autor de canciones no son siempre oficios compatibles. Claro, hay autores que han sido profesionales en ambos campos, como Vinicius de Moraes o Washington Benavides. Pero aunque ocasionalmente incursionaron en la música, la especialidad de ambos eran los textos.

Cabrera padece de un síndrome agudo de compositor-poeta, un caso de extrema gravedad, digamos. Interesantemente, lejos de florearse con su competencia y erudición musical, Cabrera pone esos recursos técnicos al servicio de la canción. Es un virtuoso humilde.

Frecuentemente los músicos terminamos componiendo para otros músicos, queriendo florearnos, haciendo malabarismos que solamente otros músicos y muy pocos oyentes pueden apreciar. En el caso de Fernando, tan conocedor de los Beatles como de Yupanqui, de Piazzolla como de Tom Jobim, la canción siempre estuvo primero. Cuando en una de sus canciones aparece un recurso de uso infrecuente en el ámbito de la música popular, normalmente va a estar justificado, requerido, por una necesidad expresiva, reforzando o complementado el texto de la canción.

Así se ha labrado, tallado, de a poco, a lo largo de los años, un cuerpo de canciones que prácticamente no tiene igual. De manera casi imperceptible al comienzo, los temas de Cabrera se han ido infiltrando paulatinamente en el gusto y en la memoria de la audiencia y en la obra de otros músicos, hasta convertirlo en el referente que es hoy.

En Uruguay, pero también en Argentina, España, Brasil, Chile, hay cabrerianos que lo veneran como un artista de culto. Claro, es una pasión refinada cool. Es más bien un afecto interior, un respeto, una reverencia. La índole naturalmente introspectiva del arte de Cabrera no invita a la efusividad del fanático, sino a la fruición más íntima, más privada y honda.

Este nuevo CD editado por Ayuí, es como un compendio de las virtudes que se acaba de describir. Asume un aparente tono pop/rock que lo puede vincular a algunos de sus CD de los 80’s y a zonas del repertorio del histórico grupo “Baldío”. Pero también es muy “beatle”, muy inclusivista en términos estéticos. Es un disco muy antropofágico en el sentido que le daba al término Oswald de Andrade: absorber, devorar las influencias, digerirlas y devolverlas convertidas en otra cosa, un producto nuevo y propio.

Como conversando acerca de algunas de las canciones, habreia que decir que “Malas y buenas” constituye típico pop cabreriano: una música descontraída, amablemente sincopada, y el cantautor le sobrepone un texto que desmiente esa aparente levedad:

“Llegó el experto de la emoción
trajo su canción como emblema
nos analiza con su rosario
perlas de inútil poema”

Esta letra contiene un dossier implacable y compungido de los sueños rotos y la actualidad lumpenizada. Más que una queja, es un latigazo en el lomo de la responsabilidad colectiva en los descalabros cotidianos. Es antipanfleto, es poesía. Y por ello, la intensidad del lenguaje multiplica su efecto y garantiza su validez a largo plazo.

El segundo “surco” trae un aroma a lo Neil Young , digamos. Es el vehículo musical para incursionar en las tierras de la memoria tan afín a la pluma cabreriana. “Cuando los perros del miedo”, dice Cabrera en la primera línea y con esa imagen terminante, genial, define todo el carácter del tema. Otro hallazgo es el juego fonético que establece con “mordiscos muertos”.

Hay otros puntos altísimos, cumbres, como la desgarradora “Copando el corazón”, donde Cabrera despliega la nueva intensidad que ha encontrado en su voz adulta. “Medianoche” combina un aire folklórico argentino con momentos microtonales y atonales luego del estribillo, más una letra modernamente yupanquiana. Una maravilla de canción, para paladares exquisitos.

En resumen, el tipo de disco maduro, definitivo, que uno espera de Cabrera a esta altura de su admirable carrera, y al mismo tiempo lleno de un sorprendente, vital frescor.

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