Beto Satragni y el cuidado del alma

Una vez hablando con alguien sobre el hecho de que los músicos más importantes del Uruguay habían muerto en la miseria, una persona que ya no recuerdo quien era me cuestiono diciendo ¨y por qué importa más si son músicos¨. En ese momento entendí que esta persona tenía algo de razón.
Aunque Ayn Rand se horrorizaría de esta idea, es cierto que lo ideal sería que nadie muriera en la miseria y no ocurriesen muertes evitables con una mejor atencion médica y una vida más confortable.
Pero también me di cuenta de que mi preocupación iba más allá de eso, incluso más allá de  lo material. Al menos a mi modo de ver,  la música de un país constituye su alma, y descuidar a los músicos que le dan forma es un poco como descuidar la propia alma.
Esa conversación que tuve en la época en que aún vivía el Príncipe, me vino de nuevo a la mente justo hoy al enterarme de la muerte de Beto Satragni y de que había estado internado en el Hospital de Clínicas. Entonces me acordé enseguida de las historias que me contaba una amiga que había ido a ver a Mateo a ese mismo hospital ya cerca de su muerte.
Me enteré de este detalle por un artículo de un diario de Buenos Aires
y pensé que quizás era un error del periodista que no conocia el sistema hospitalario montevideano, pero me equivocaba.
Me lo confirmó su hermano y guitarrista Rano Sarbach que llegó desde Buenos Aires para darle su ultimo adiós en su natal Canelones, con tambores incluidos, como le hubiera gustado a Beto.
Le pregunté entonces si Beto estaba ahí porque no tenía un mango, a lo que la respuesta fue un sí tácito, como si fuera una situación que habia que dar por hecha.
Beto, Rano y Jorge en Costa Azul
Me acordé entonces de la casita de Costa Azul donde compartimos un hermoso atardecer con Beto, Rano, Jorge  y otros músicos, amigos y vecinos del lugar. Esto sucedió al día siguiente del show de Raíces en Sala Zitarrosa el año pasado, a modo de festejo y de reencuentro.
Recordé la música que a pesar de tener décadas detrás sonaba actual y fresca, la gran inspiración de Beto tanto como bajista como en su calidad de compositor, y la fuerza impresionante de su banda. Ese hombre chiquitito que él solo se había llevado el candombe a cuestas y había cruzado el charco, haciéndolo conocer fuera de fronteras, armado solamente con su arte.

Beto también era parte importante de nuestra alma y no supimos darle el lugar que merecía. Como a Mateo, como al Príncipe, y a tantos y tantos otros, muchos que aún están por suerte entre nosotros. Sería bueno que empezáramos a hacer los homenajes en vida a la gente que ha dedicado su existencia entera a alimentar nuestra alma como nación con una identidad musical propia.
Recuerdo un homenaje a Darnauchans, con el teatro Solís a pleno que, más allá de la maravillosa música, me dio mucha paz y alegría, en el sentido de que al menos él no se iría de este mundo sin haber recibido así el agradecimiento de su pueblo. Ojalá seamos capaces de generar momentos así para todos nuestros grandes artistas, esos que son grandes no porque los legitimizó un éxito fuera de fronteras, si no por derecho propio, por talento, honestidad y entrega, por haberle dado forma a lo que hoy es nuestra alma.
No sé por qué hace pocos días escribí en mi estado de Facebook ¨ I never wanna see the waste of another (musical) beautiful soul again.” Pensaba en los músicos que se habían ido sin recibir ese agradecimiento, y entonces pasó lo de Beto, y ahora todos estamos consternados y hablamos de lo grande que era, pero lo verdaderamente importante es no dejar que eso pase nunca más.

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