Queremos tanto a Beto: Homenaje a Beto Satragni en Buenos Aires

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Prefiero los homenajes en vida, ya lo dije en mi post anterior sobre Beto Satragni, ese ser tan amado por su público y sus colegas artistas.

Cuando murió Julio Cortázar, 20 de los más importantes escritores latinoamericanos se unieron para rendirle un homenaje en forma de libro que, parafraseando al título del cuento Queremos tanto a Glenda se llamó Queremos tanto a Julio.

Se trata de un libro profundamente conmovedor que retrata el amor infinito que sus más ilustres colegas tenían por Julio, ese cronopio inclasificable. Desde que leí este libro hace ya muchos años, no había sido testigo de un amor paralelo profesado por sus colegas a ningún artista.
Y es que Cortázar tenía esa extraña combinación de genio y calidez humana que lo volvía irresistible.

Luego de ver el sentido, emotivo y glorioso homenaje a Beto Satragni en el Teatro IF de Buenos Aires este martes pasado, puedo afirmar que Beto era y seguirá siendo un ser como Julio, así, alguien a quien no queda más remedio que querer para siempre, con el tipo de amor que la muerte no es capaz de detener.

Raices, tambores homenajeando a Beto Satragni (foto de canelonesciudad.com)
Raíces homenajeando a Beto con sus tambores

El concierto contó con algunas de las voces más representativas de la música argentina, como León Gieco, Luis Alberto Spinetta, Lito Nebbia, y muchos otros nombres tan ilustres como estos. Lo hermoso y lo emotivo fue ver y poder palpar ese amor en cada una de las breves frases que estos músicos le dedicaron a Beto: el “Beto, te amo” de Spinetta, la historia que contó Antonio Birabent sobre como Beto había comenzado como plomo de su padre Moris, y que acabó tocando el bajo porque Moris lo descubrió un día tocando el instrumento, que Beto llegaría a dominar como nadie.

Hubieron muchas historias, anécdotas, recuerdos. Cada músico eligió muy acertadamente lo que iba a tocar. Kevin Johansen deleitó con el Tunguele de Mateo, Birabent cantó una hermosa canción que había compuesto en Uruguay; en general casi nadie tocó temas de Beto, y eso creo que fue un acierto. Cada uno le hizo a Beto su homenaje personal, ofreciéndole sus canciones, lo que fue mucho más lindo que si se hubiesen puesto a versionar las hermosas canciones de Beto que, por otra parte, luego tocaría Raíces.

Cuando llegó Raíces, recibí la respuesta a una pregunta que me había estado haciendo todo el día: ¿Quién cantará las canciones de Beto?
Y la respuesta fue la única posible, la única valedera, la perfecta. Un hombre chiquito de gran corazón y de pelo blanco llamado Urbano Moraes había llegado de Montevideo para prestarle su alma y su garganta a esa canciones perfectas, potentes, inolvidables.

Luego vino Osvaldo Fattoruso en la batería, creador de un estilo de toque de candombe en su instrumento que ya ha influenciado a varias generaciones, y elección también perfecta para la ocasión, para ponerle todo su swing a esa música, y entregárselo a Beto.

Fue hermoso ver cómo todos los que estaban en el escenario se pasaban tambores, y los que se quedaban sin tambor se ponían a golpear cualquier cosa, como hizo Rano Sarbach cuando quedaron solos los tambores, y todos los integrantes de Raíces querían estar ahí lanzando ese aluvión de ritmo hipnótico que es el candombe con su trance, lanzándolo y elevándolo hacia alguna parte con la esperanza de que a Beto le llegara algo.

Hermoso también fue ver a Silvina, esposa y compañera de Beto cantando, tocando el tambor, sonriente, rodeada de personas que entendíamos junto a ella el dolor de la partida de Beto y la alegría profunda de que Beto haya estado alguna vez y siga aún estando entre nosotros.

Gracias Beto, por todo lo que nos has dado y nos seguirás dando. Esperemos que el Uruguay también sepa pronto rendirle a Beto el tributo que él merece por haber enaltecido dentro y fuera de fronteras lo más nuestro que tenemos que es sin lúgar a dudas el candombe, sangre de negro como cantaba Beto.

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